Hoy
Cumplí 162 Años, y No Hay Señal De Que Se Detenga
Cuando nací en Londres, la máquina de costurar
acababa de ser introducida en el mundo. Antes de mi adolescencia, la dinamita
se convirtió en una realidad. Y cuando me casé con mi primera esposa, las
únicas cosas con alas eran de la naturaleza; los aviones estaban en el futuro
distante. Luché en la Primera Guerra Mundial con cabello gris, y observé la
segunda pasar con un bastón en mis manos. Para cuando la bomba nuclear había
sido lanzada, pensé que ya lo había visto todo, y que pronto me uniría a los
soldados caídos en la vida después de la muerte.
Me equivoqué. Y descubrí eso el día en el que mi
esposa falleció, en 1947.
Ambos habíamos excedido nuestras expectativas de
vida, hasta que una mañana de invierno, su cuerpo yacía gélido a mi lado, su
respiración enmudecida, y la luz en sus ojos extinta. Desde el reverso de su
cabello gris, casi podía pretender que estaba viva. Y, por una hora, lo hice.
Mis ojos se inflamaron con lágrimas cuando me di cuenta de que, sin ella, ya no
valía la pena vivir mi vida.
Así que caminé a mi vestidor y me acerqué al cajón
superior. Mis manos arrugadas buscaron hasta el fondo, temblando cuando
encontraron el metal frío envuelto en trapos viejos. Y, sacando el revolver
cargado, me dirigí devuelta a la cama, escurriéndome por las sábanas.
Acostándome al lado de mi esposa, esta vez para siempre.
Alzando el arma a mi sien, no sentí duda alguna.
Había terminado con este mundo, acabado. Mi propósito fue completado, y, con el
fallo de mis capacidades físicas, y la lentitud de mis capacidades mentales,
prefería morir antes que deteriorarme.
Casi estaba emocionado por jalar el gatillo. Y
cuando lo hice, solo fui recibido por un sonido.
Clic.
Fruncí el ceño, revisando el cilindro para
asegurarme de que el barril tuviera municiones. Lo descarté como una bala
descompuesta, y levanté el arma de nuevo. Una vez más, jalé el gatillo.
Clic.
Clic, clic, clic, clic, clic, clic; una vez por
cada bala, y todas ellas no pudieron cumplir con su tarea.
Así que proseguí con la medicación que los doctores
me habían prescrito para mis últimos años, ahogando múltiples recomendaciones
que me hicieron hasta que la oscuridad me sobrecogió. Pero entonces desperté
bajo mi propio vómito con los restos de la medicación desperdigados por encima
de mi cama, y mi cuerpo debilitado pero todavía bastante vivo.
En el funeral de mi esposa, decidí permitirle a la
naturaleza que tomara su curso. Esperar a la muerte de la forma típica: hasta
que la edad avanzada me reclamara. Pero luego pasó una década, y otra, y otra.
Cada tantos meses, intentaba suicidarme de nuevo, pero en cada instancia el
fracaso me aguardaba.
Saltar de un puente encima de concreto me profirió
huesos rotos, pero no la muerte. Ahogarme resultó en que despertara boca arriba
y escupiendo en la costa. Sofocarme siempre terminaba en una fuga inesperada en
la que el aire era capaz de entrar, reviviendo mis células hambrientas.
Ningún científico respetable creía mis
declaraciones. Al igual que ningún doctor, aunque frecuentemente estaban
perplejos. Y cada año, más de mi cuerpo se deterioraba. Perdí mi pie ante la
diabetes, los nervios de mi mano derecho han expirado, mis ojos han perdido su
visión precisa desde hace mucho. Para la década de los ochentas, estaba
completamente sordo. Para el ochenta y cinco, ya no me podía parar. Y para los
comienzos del nuevo siglo, mis pensamientos llegaban con lentitud, pero aún
retenía consciencia. Simplemente escribir esto tomó tres semanas, pues mi
atención disminuía y se recuperaba, y mis errores de dictado eran tan
frecuentes que mi amigo apenas podía transcribir este fragmento.
Y no fue hasta solo la semana pasada que finalmente
escuché de un científico con una explicación de lo que me está ocurriendo,
siendo explicado por el mismo amigo que transcribió esto para mí.
Existe una teoría en la ciencia que plantea que
siempre y cuando exista una posibilidad para que alguien permanezca con vida,
entonces permanecerá con vida. Que, debido a posibilidades infinitas en
universos infinitos, siempre existirá una versión de mí que nunca morirá. Que,
a pesar de que fallezco en el noventa y nueve por ciento de los universos que
me contienen tras cada intento de suicido, solo importa el uno por ciento de
las veces en donde sobrevivo. Porque mientras exista una mota de posibilidad de
que pueda vivir, habrá una versión de mí que vivirá.
Puesto que solo estoy consciente en el universo en
donde estoy vivo, ninguno de los demás universos importan. No termino de
entenderlo, pero mi amigo me aseguró que esta teoría, la inmortalidad cuántica,
puede ser bastante real. Y que mi edad es una prueba de que sí es real.
Lo que es aterrador para ti, no es que yo estoy
experimentado la inmortalidad. Es que tú también podrías, pero no lo sabrás
hasta que los años se escapen y la muerte nunca llegue. Especialmente porque,
en términos astronómicos, el universo en el cual podrás experimentar la
inmortalidad seguramente no será este en el que vivimos, así que nunca habrás
leído esto. Nunca sabrás que sucederá hasta que suceda.
Y no podrás escapar.